A veces me sobra el tiempo, no me engancho con ningún programa en la tele, acarreo alguna rabia del día y en lugar de buscar camorra con los que amo, decido llamar a algunos de estos centros de atención al consumidor.
En EE.UU. estas señoritas (que las imagino con la mirada clavada en sus uñas mientras suena mi voz que no escuchan) han sido entrenadas para fingir amabilidad e intercalar en cada oración la palabra "unfortunely". Cada frase que incluye el "desafortunadamente" es gobernada por una clara negativa a avanzar en el trámite, y es notorio que esa negativa no les preocupa demasiado aunque la quieran enmascarar con un vocablo ideado para consolarse por un mal ajeno que realmente nos duele.
Por pura diversión les prohíbo que vuelvan a repetir esa palabra. Las escucho intentando sinónimos con poca destreza y con resultados enviciados.
Peleo, ensayo discusiones ácidas, muestro mi lado más odioso, solicito me atienda un superior, denigro sus inteligencias, amenazo con llevarlos a la corte, elevo la voz, pierdo las buenas costumbres y corto la llamada cuando me lo requieren por tercera vez.
Hace cerca de diez meses que tengo certeza de que mi licuadora no la arreglarán, no está incluido en la garantía. Desafortunadamente.
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