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5 de enero de 2008

Si fuera japonés

Nunca antes en mi vida había notado que no soy japonés.

Es común ver por todos lados contingentes de japoneses registrando metódicamente en sus cámaras electrónicas todo aquello que al resto de la humanidad les entra por los ojos. Tal vez si uno fuera a Japón tampoco quisiera perder un solo instante de la visita y no consigo entenderles su hábito compulsivo de filmar y fotografiar. ¿Tendrán tiempo para después ver las imágenes que capturaron? ¿Dormirán 3 horas diarias y dedican el resto de la noche a mirar sus fotos? ¿Miran fotos o se toman fotos mirando las anteriores para no olvidar que ya las miraron?

Lo que sí puedo aseverar es que los que tenemos el hábito opuesto perdemos registro de imágenes importantes de nuestras vidas. Saliendo en mi propia defensa argumento que las imágenes no impresas en papel quedarán grabadas en mi memoria, alojadas en algún cajón de mi cerebro al que puedo recurrir en todo momento, esté firmando cheques, jugando tenis o agonizando.

Sin embargo a veces me hubiera gustado ser japonés. No lo descubrí ni viendo a Julián como un bebé de 2 minutos de nacido ni a Dana de la misma edad. Lo descubrí viendo a Julián en el momento que Moni y yo le presentamos a su hermanita de pocas horas de edad. Todas las cámaras tomando los cachetitos que asomaban entre sus ropitas enormes y torcidas, sus expresiones de llanto, su grito sordo de pedido de teta e intimidad con mamá, sus deditos tensos y sus pataditas involuntarias. Todas las visitas haciendo enfoque en la parturienta que reprimía las mismas sensaciones y a medio metro, entre las camperas arrojadas sobre la silla de al lado de la cama, Julián sentadito a la sombra. También era un bebé, sólo que de poco más de dos años, pero todavía con pañales y lenguaje sólo entendible por Moni y por mí. Aliviando a Moni de las succiones de Dana, y con extremo cuidado, coloqué a Dana sobre el regazo de Julián, lo ayudé a no dejarla caer ni a sentirse torpe y le dije: es Dana, tu hermanita.

Yo creía que había conocido todos los gestos y ruiditos que mi bebé grande había hecho hasta ese momento, pero levantó la mirada hacia mí, sonrió con la comisura derecha y sus ojitos me comunicaron durante unos segundos una expresión que no le conocía. Le adiviné alegría aunque si ese gesto lo hacía un adulto habría sido por melancolía. ¿Qué nostalgias puede tener un bebé de dos años?

Nunca más le ví esa carita ni la volví a ver en otra persona.
Si fuera japonés la estaría sacando de mi billetera para que la veas.

2 comentarios:

Katy dijo...

Soy Mary y me gusta cómo escribes. Este post me encantó. También me hubiera gustado ser japonés. Soy "fotorera" aficionada y trato de captar esos instantes únicos. Eres tú el feliz papá? De dónde eres? Yo argentina. Bye....

Daniel Os dijo...

Muchas gracias, Mary, por el halago.

Desafortunadamente hay una serie de buenos hábitos que no se me han pegado y el de capturar instantes a través de la fotografía es un buen ejemplo que debiera seguir de los japoneses o de vos. Me gustaría encontrarme con las fotos o el material que haya en tu blog, pero de momento me encuentro con el mensaje de "Profile Not Available"… espero tener mejor suerte en breve.

Con respecto a lo que me preguntabas, es poco habitual que en mis relatos hable de mi vida real, pero en el caso de este post sí soy el feliz papá de los niños que describo. También soy argentino, aunque fuera del ejercicio de las funciones.

Gracias por la visita y por dejar tu comentario,
D.

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