Sol Invictus

Desde los comienzos de los comienzos, cuando el hombre apenas se destacaba sobre el resto de las fieras, ya había aprendido a resguardarse durante la oscuridad.

De día las sombras representaban el asecho de un ser extraño y la noche significaba la compilación de todos los peligros en uno solo y superior. La posibilidad de un depredador oculto fuera de los restringidos límites de lo que alcanzara a alumbrar rudimentariamente, el temor a ser atacado por un enemigo, un ladrón o un espíritu, le confirió a la oscuridad el carácter de tenebrosidad, lobreguez, confusión, enigma, ambigüedad, incultura y maldad que hoy mismo mantiene vigente.

Los pueblos primitivos que habitaban el hemisferio norte organizaban durante el solsticio de invierno fiestas paganas en torno al fuego como celebración del triunfo de la luz sobre las tinieblas. Simples veneraciones a sus dioses al principio, agradecimientos por la luz, luego ofrendas en oro y piedras brillosas, banquetes y orgías en otros pueblos, brumalias y saturnalias con intercambios de regalos, abundancia y decoración de los hogares.

Abandonados los tiempos idólatras al evolucionar hacia el monoteísmo, los hebreos tomaron los símbolos de la lucha entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, como una acción militar entre los macabeos y su revuelta en contra del rey helénico Antíoco IV (año 175 antes de la era común), tras la cual reinstauraron sus prácticas religiosas en la entonces profanada Jerusalén. Y en pleno solsticio de invierno, casualmente en Diciembre, aseguran que un milagro hizo durar ocho días y sus ocho noches el aceite con que habrían podido encender su candelabro sólo una noche… el triunfo de la luz sobre las tinieblas.

Mientras tanto en el Imperio Romano, El Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado (Dies Natalis Solis Invicti) se celebraba cuando los días comenzaban a ser más largos, como un renacer del sol. Estos festejos paganos se llevaban a cabo entre el 22 y el 25 de Diciembre. Los primeros cristianos, ancestralmente habituados a celebrar la derrota de la oscuridad durante sus diciembres, sumaron un nuevo símbolo a la victoria de la luz: la llegada del Mesías, representado en un bebé, una nueva vida que salvaría a la humanidad de las miserias que se ocultan entre las sombras.

En el norte de América, en la actualidad los descendientes de africanos esperan el fin de Diciembre para encender velas, vestirse con colores vivos y decorar con frutas frescas, recordando lo que sus antepasados festejaban como matunda ya kwanza, o “primeras frutas”, en suahili. Nada menos que la celebración de la abundancia traída hasta nuestros días, aunque sin evadir la estridencia, y convocando a la luz igual que nuestros predecesores primitivos.

Todo indica que no mucho han cambiado nuestros temores básicos y nuestro regocijo al vencerlos… y no está mal. No está nada mal ser ya menos caldeo, celta o germánico pero seguir eligiendo estar iluminados en vez de vencidos por el miedo. Y ya que no es tampoco casualidad que nos hayan formalizado el inicio de un nuevo ciclo auspiciado por el triunfo de la luz, salgamos a recibir con entusiasmo el sol del nuevo año… sea que encontremos la luz en la lucha, en la fe o en la naturaleza.

Feliz Navidad  |  Jánuca Sameaj  |  Happy Kwanzaa

Vale decir… mucha luz para todos.