Nos Divertimos Barato…

¿Cómo son entonces las cosas? Si no le disfrazamos el brócoli no se lo come, hay que narrarle la vida de Napoleón como si fuera un cuentito y hay que ponerlo a practicar aritmética jugando… al humano adulto.

¿A qué edad se madura y se comienzan a hacer las cosas sólo porque hay que hacerlas? ¿En qué momento un tal Maxi deja de dibujar letritas para formar su nombre y se convierte en el Máximo Bermúdez que firma cheques?

Vengo a confesar públicamente que me cepillo los dientes rutinariamente sin esperar órdenes maternales y que cumplo rigurosamente una serie de disciplinas que atentan contra mi hedonismo. Y si bien no es motivo de orgullo ni esto me hace el hombre más responsable del hemisferio, a veces sostener abierta una puerta al paso de un desconocido, incluir una sonrisa apenas cortés después de pagar la entrada del cine o guardar los modales en la mesa incluso al almorzar solo, hace que estos actuares resulten atípicos.

Cuando uno está motivado o se lo requieren amablemente consigue entregarse a prácticas que bajo circunstancias corrientes habría desdeñado sin siquiera preocuparse de asignarles una excusa que mitigue la culpa. Un grupo de teóricos suecos asegura que “la forma más fácil de mejorar conductas en la gente es a través de la diversión” y llaman Rolighetsteorin a su hipótesis (teoría de lo divertido). Luego la llevan a la práctica en la estación Odenplan del metro de Estocolmo:



Según nos revelan en el minuto 1:07 del estudio: “66% más gente de lo normal opta por el uso de las escaleras convencionales en vez de las mecánicas” para recalcar sobre el minuto 1:30 la idea de que “lo divertido obviamente modifica la conducta para mejor”.

Cinco segundos después nos dicen “Nosotros llamamos a esto: la teoría de la diversión” y por primera vez se enuncian a sí mismos antes de rematar que al decir “nosotros” están diciendo Volkswagen. No una municipalidad estimulando a sus vecinos a incrementar la actividad física, no un conservatorio llevando el interés por la composición musical a la vía pública ni una organización filantrópica que lucha contra el estrés de los usuarios del transporte masivo.

Nuevamente notan que somos básicos y elementales, que respondemos a nuestros instintos de manera poco más sofisticada que nuestros ancestros cavernícolas y nos prometen ser aliados en combatir nuestra holgazanería con sonrisas, mejorando nuestra forma de vivir, reforestando el Amazonas y haciéndonos de lo más dichosos al manejar esos simpáticos autitos redonditos multicolor que ni se les ocurriría fabricar de no haber descubierto que nos harán llevar una vida más divertida.

Son maniobras de marketing primitivas pero aún efectivas que, a través de campañas de diversificación viral, generan lealtad hacia una marca con métodos de tan bajo costo que, la sola venta de una unidad, compensa los costos de disfrazar de piano las escaleras, las cámaras ocultas apostadas en Odenplan y el mantenimiento del espacio en internet. Por consiguiente, el empresario es un benefactor proactivo que reemplaza por iniciativa propia a los gobiernos abúlicos, dejándonos en deuda y con la sensación de que debemos romper el chanchito en su honor.

Y, claro… nos divertimos saltando de escalón en escalón. Empiezo a creer que una manera más sana de divertirse era vulnerar la privacidad de una señorita y sonreír a cámara con gestos cómplices de libidinoso.