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15 de enero de 2008

El Viaje

Desde los inicios de la humanidad, a veces por mandato topográfico o meteorológico, pero muchas más por propia voluntad, el hombre abandona el sitio al que es común para encontrarse, aunque más no sea transitoriamente, en otro.

Amenazas de volcanes, migraciones hacia tierras más fértiles y éxodos masivos nutren los libros de historia, pero los relatos de Marco Polo, de Colón o de Gulliver dejan entrever tanta fantasía como realidad, porque viajar es la oportunidad de combinar lo imaginario con lo posible, es el desquite del hombre a su frustración anatómica de cumplir el sueño de levantar vuelo.

Hasta en nuestros días, la respuesta que arrasa en las encuestas acerca de qué hacer con una inesperada fortuna, es viajar. La Gran Muralla o el Partenón pueden ser la fijación de dos vecinas que fantasean mientras baldean la vereda. Programas de viajes en televisión y folletos de agencias de turismo no se escapan al ojo del curioso. Fotos de Yucatán y del Muro de los Lamentos mitigan el horror en las salas de esperas de los dentistas.

No caben dudas de que el deseo de viajar está en la configuración de origen del ser humano, sin embargo algunos prefieren renunciar a aceptar el llamado de su naturaleza nómada y encontrarle razones a los viajes. Los lectores de pósters para adolescentes dirán que viajan para reencontrarse con sí mismos y los que se regocijan con todo tipo de victorias se apurarán a refutar que para eso no era necesario atravesar el océano.

Mi amigo el Loro se encuentra a sí mismo alcanzando estados superiores de la mente entre las estaciones L. N. Alem y Paso del Subte B. Le creo cuando confiesa que, sentado o parado, el sopor se le torna meditación y a través de la contemplación de la negrura de los túneles, el compás de las ruedas al pasar por las juntas de las vías, el vaivén rítmico y el olor a humedad y máquinas, consigue resolver enigmas ancestrales, ingeniar los más exitosos negocios o enamorar a la morocha adormilada junto a la ventanilla. Esos alumbramientos de sabiduría absoluta, repentina y fugaz nunca los va a compartir con nadie y preferirá distraer la atención exagerando comentarios sobre la señorita avistada o invitarnos a un sandwich de tortilla de papa en figaza árabe al concluir su próximo recorrido. Para aquellos que hemos visto al Loro durmiendo y que lo hemos visto viajando en subte, sabemos que es verdad que entra en trance.

Las razones por las que uno viaja están en el sitio elegido para el periplo, es decir que uno va a encontrar exactamente lo que buscaba, aunque tenga que mentir para corroborarlo públicamente. Cuando una persona viaja a la India espera volver cambiado. Y vuelve cambiado. No es que cenar en Nueva Delhi transforme la línea de pensamiento y el estilo de vida del viajante sino que el que quería ser influenciado por una cultura diferente lo consigue tanto en la India como en Villa Carlos Paz.

Con el mismo criterio que liga a las razones con el lugar a visitar, es fácil denotar el objetivo del viaje de tres amigos varones que salen solos por una quincena a Brasil. Así como nadie visita Beirut en busca de aventuras amorosas, las playas de Río de Janeiro no atraen en masa a arqueólogos ni a afinadores de contrabajo. Lógicamente, aunque la sociedad los obligue a regresar con anécdotas erógenas, es posible que sus objetivos no hayan pasado de apreciar visualmente las cualidades estéticas de las lugareñas. Sin embargo contarán sobre romances apasionados y promesas canallas de amor que han proferido sabiendo que no cumplirán.

Es que ahí está el objetivo real del viaje: el regreso.

Un viaje no se consuma hasta que no se vuelve al punto de partida para divulgar los detalles de la odisea. Todo es válido; que la gente era amable, que el frío era espantoso, que la comida era distinta, que las camas eran más angostas o que las nubes eran más voluptuosas, ratifican la necesidad de culminar el viaje con las conclusiones finales.

También son válidas las conclusiones de lo que se ha sentido, más allá de dónde ocurrió. Para unos el recuerdo del viaje es el de haberse manejado bien en una lengua ajena, para otros haber extrañado o no haber querido jamás regresar. Los diarios de viaje no son nunca una bitácora para futuros viajantes, más bien son el álbum de fotos de las sensaciones. Un tobillo torcido en República Dominicana es un hecho menor hasta que se convoca al ungüento mentolado de la abuela. Darle un descanso a los pies en la Puerta del Sol significa que habíamos caminado juntos por horas y que sólo nos teníamos el uno al otro, teníamos todo lo que queríamos.

Desde la fantasía de viajar por el tiempo, hasta la posibilidad de pasar un domingo en Montevideo el viaje no es haber viajado sino hasta estar de vuelta. Llegar a casa, encender las luces, darse una ducha, meterse en la cama de uno, mirar un programa viejo de televisión, ignorar al libro que sigue esperándonos sobre la mesita de luz, decidir no atender el teléfono y quedarse quieto bajo las sábanas es estar de nuevo en casa. Cuando se sienten todos los músculos distenderse, antes de quedarse dormido, los recuerdos del viaje son dulces y se suporponen uno sobre otro, se interrumpen inquietos pero igual nos dejan dormir. Hemos llegado, hemos viajado.

2 comentarios:

Marcela dijo...

Genial.
Una vez leí que una de las grandes diferencias entre neanthertales y homo sapiens era el impulso de viajar.El neanthertal se movía solo si estaba obligado. El homo sapiens, quizá, veía el horizonte con otro hambre, por decirlo de alguna manera. Nosotros, como bien decís, además de por clima u otras motivaciones lógicas, necesitamos viajar. Pero definitivamente, necesitamos volver. Completar el círculo, siempre.
Me encantó lo que escribiste. Y me gusta mucho como escribís.
Beso.

Daniel Os dijo...

Me gustó esa manera de definir a la curiosidad como otros hambres… me queda la pregunta de dónde encontrar saciedades cuando se trata de apetitos más abstractos que los que se resuelven en la pizzería de la esquina.

Agradezco mucho tu visita por acá y te confieso que disfruto tu error sobre cómo calificás mi manera de escribir.

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