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7 de octubre de 2008

Otra Vez Cambio de Casa

–¡Metele, metele! –le gritaba un turco desde un caballo a otro– ¡Apurémonos que así tomamos Constantinopla y marcamos el fin de la Edad Media!

Así ironiza Dolina demostrando que por lo general no somos conscientes de estar viviendo un momento histórico. Sin embargo a veces sí sabemos que estamos en el umbral de un evento que anotaremos en nuestras biografías. Primer día de clases, último examen antes de graduarse, visitar un país desconocido… mudarse.

Otra vez cambio de casa, de nuevo a meter todas mis pertenecias en cajas y valijas, de nuevo a descubrir cuántas cosas inútiles acumulé los últimos años y, de nuevo, a tomar decisiones cotidianas, a la vez de cruciales, como deshacerme de ropa en buen estado pero fuera de moda, ver qué se dona, qué se tira y qué se atesora para futuras nostalgias.

También, de nuevo, a frustrarme por dar definitivamente por perdido lo que tenía esperanzas de encontrar en una de esas limpiezas generales o en la próxima mudanza. Me mudé unas veinte veces, ya sé lo que es perder lo que más me ilusionaba con volver a encontrar.

Primero me fui de la calle Jonte a los dormitorios estudiantiles de Reznik con la sensación de que todo era temporario aunque sabiendo que no regresaría. No sólo llené un contenedor de carga marítima con libros, ropa y recuerdos; también compré hasta un pimentero de tapa anaranjada, como si fuera más práctico mudar ollas y sartenes que comprarlas en el nuevo sitio.

De Reznik a Ma’alot Dafná, pero en el camino se me perdieron algunos accesorios para alentar a la selección argentina de fútbol y nuevas cajas fueron llenadas con cassettes que hoy son la banda sonora de esa época de mi vida.

De Ma’alot Dafná a Aba Hushi llegué sin mi pimentero de tapa retráctil pero con unos zapatos y un sombrero vaquero que, si reaparecieran, me encargaría de volverlos a perder. Supongo que se perdieron camino a Gvat, mi siguiente morada, o en la casita de la calle Arlozorof donde el finado Saddam casi me hace perder todo. En uno de esos traslados de cosas se perdieron varios posters de los Beatles, es probable que haya provocado esa desaparición aunque creo haberme, a veces, arrepentido. Tal vez no haya sido allí sino saliendo del edificio de la calle Hayarkón, donde se quedó el el lavarropas que caminaba en sus centrifugados y el reloj de pared que imitaba reloj de pulsera, o en Gazit, donde los paisajes parecían inspirados por Van Gogh y los habitantes por Renoir.

De Hayarkón a Canning ya perdí la cuenta de lo perdido aunque entre los nuevos bultos había que sumar tecnología moderna traída ya no por mar sino por avión, y la carrera siguió por Pringles camino a Los Aliaga donde, ya sin posters para vestir la nueva casa, la sensación fija era que todos los lugares son de paso. Luego un tiempito en La Reina y de ahí a Las Condes para volver a meter todo en cajas y valijas y llevarlo al boulevard Fontainbleau. Ya no viajó la hamaca paraguaya traída de Brasil, ni el mueble de televisión que me siguió los dos mil kilómetros anteriores, ni los cassettes… ahora escucho esa banda sonora en formato mp3 y me quedo con ganas de leer las letras de las canciones de las tapitas.

A pesar de los apurones de la nueva salida, el chanchito de papel maché fue al noveno y luego al segundo piso de la calle Ocean Drive a llenarse de monedas. En la casa de Park Road nunca encontré el chanchito y todavía lo extraño. Lo hice extrañando y su destino fue almacenar más recuerdos que monedas. Quizás está bien no haberlo traído la semana pasada al departamento de la calle Gulfstream.

Estoy rodeado de cajas, todas mis pertenencias están apretadas unas contra otras, apiladas a la sombra y en lo fresco. Creo que no necesito abrir esas cajas, no necesito revolverlas y vaciarlas para descubrir qué perdí en esta mudanza.

Camino a mi nueva habitación, un turco le dice a otro desde mis entrañas: 

–Cayó Constantinopla.

4 comentarios:

Claudia Sánchez dijo...

Definitivamente todo es temporario.
Yo seguramente no abriría muchas de esas cajas. Abriría solo las indispensables. Después de todo una nueva era está por comenzar.
Besos,

Daniel Os dijo...

Te encuentro toda la razón, Claudia, algunos exégetas hasta agregarán que todos los días comienza una nueva era.

Así y todo uno no cambia de era con la liviandad con que apaga la luz… a veces ante una nueva era uno todavía está enganchado con lo que era.

Anónimo dijo...

Pandora conta los designios abriò la caja,y en el fondo estaba la esperanza que espanta todos los males y dolores del mundo.
Daniel,antes de abrir las cajas arrumbadas en lugares oscuros y frios,metáse en su alma y le aseguro que al encontrarse,verá que la esperanza está dentro suyo.
No dejo de recordarlo,no dejo de pensar que usted es un ser admirable y que su estilo de escritura me conmueve hasta el tuetáno.
Apud te.Alba Miràs

Daniel Os dijo...

Meterme en mi alma… buena idea. Resulta más posible encontrarla en una de esas cajas apiladas o dentro del mismísimo chanchito de papel maché que bajo las cenizas de Constantinopla.

De todos modos, muchas gracias por la alegoría de Pandora, siempre las buenas ideas son bienvenidas aunque cueste llevarlas a cabo.

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