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20 de septiembre de 2010

Desencanto

-Pero, no tengo muchos de éstos. Si lo entierro me quedo sin plata.

-Dale, avaro, no te fijes en la plata… es un experimento para provecho de toda la humanidad.

Aunque no persuadido por el argumento, sólo por desembarazarse del estigma, Töbias resolvió colaborar con el pozo que Jurgen había comenzado a cavar minutos antes. Sin más herramientas que una palita de jardinero que tomaron del galpón, a mano pelada y con mucho esfuerzo, consiguieron en menos de una hora un pozo exagerado, de diámetro deforme y casi cuarenta centímetros de profundidad.

Entusiasmado por el experimento, aunque no muy convencido por el despojo, Töbias abandonó su billete de veinte chelines en el fondo del pozo. Jurgen, un tanque de latón y una revista de historietas de cuando Farahilde era niña. Cubrieron todo con tierra, lo apisonaron a mano y anotaron las coordenadas en una hoja de cuaderno.

Seis pasos a la derecha del klapotetz del jardín trasero de Jurgen.

-Preparate para el desencanto, Töbi, dentro de treinta años, cuando abramos el pozo, no va a haber más nada.

Dejaron un banderín como centinela de su promesa de no abrir el hueco hasta ser adultos y sus vidas transcurrieron con y sin los sobresaltos con que todas transcurren.

Menos de un año bastó para que, donde hubo una excavación, se viera el mismo pasto que en el resto del jardín. Varias veces se encargaron de volver a erigir el banderín caído pero tras una nevada, años después, se desvaneció el trapito naranja y la voluntad de reemplazarlo.

Frente al klapotetz Jurgen abandonó la infancia y Farahilde su casa de soltera. Töbias a menudo regresaba para jugar con su amigo, al principio, luego para estudiar juntos y años después para organizar fiestas y paseos con los demás jóvenes del pueblo… excepto durante los tres años en que no se hablaron, y que ya no recuerdan porqué. Lo que jamás olvidaron fue el billete enterrado y el tanque y, por más que escasamente su recuerdo fue tema de conversación, el lugar donde cavaron el pozo concentraba una mística no declarada. No les era indiferente, como lo eran los demás sectores del jardín y, avistarlo de lejos o caminar por encima, los inyectaba de nostalgia pero también de un inmaduro rigor científico por reencontrarse con ojos adultos con unas piezas de lata erosionadas por el tiempo, descompuestas por la tierra y unos papeles ausentes, absorbidos por la naturaleza. Profetizaban una metáfora de lo que habrían vivido sobre la superficie, un progreso con tintes de deterioro, rasgos transformados y otros ya inexistentes. Un desencanto para el que se habían preparado.

Aunque ya vivía lejos, Töbias asistió con su familia al primer cumpleaños de Ian, el menor de los varoncitos de Jurgen. Luego de una tarde de niños correteando, gritando y derramando jugo por un pequeño salón, Jurgen y Ethel lograron convencerlos de pasar la noche en la casa para regresar frescos con el primer sol del día siguiente. Esa tarde Töbias paseó con Katharina y los niños por donde fue su escuela, el parque donde jugaba de pequeño, la estación del tren y la casa donde se crió. Más tarde, mientras se cocía un tafelspitz mansamente, Töbias y Jurgen dieron un recorrido por el pueblo y, sin mencionarlo, acordaron visitar el klapotetz.

No necesitaron entrar a la casa de los viejos para buscar el cuaderno que los guiara seis pasos a la derecha. Pisaron el sitio exacto en que una vez flameaba un banderín naranja, se quejaron jocosamente de estar bien vestidos e incómodos por sus físicos como para agacharse a cavar un pozo, pero no demoraron el trámite. Tomaron una herrumbrada palita del galpón y procedieron a la segunda fase del experimento comenzado veintiocho años antes.

-¿Estás preparado para el desencanto? ¿O todavía pensás que te vas a reencontrar con tu billete, avaro?

En menos de quince minutos habían logrado un hoyo perfectamente circular de unos treinta centímetros de diámetro y, al hundir casi todo el antebrazo, Töbias dio con un obstáculo.

-¡Encontré tu tanquecito, Jurg!

Jurgen lo apartó del pozo con modales infantiles y comenzó a hurgar la tierra a mano, delicadamente para no romper nada con la punta de la pala. El tanque de lata no demoró en hacerse ver, con serias averías, ferrugiento, con todo su esmalte carcomido y un lateral casi completamente desaparecido. La emoción fue incontrolable, agrandaron la boca del hueco hasta caber en él y lo gatearon entusiasmados intentando recuperar las tres décadas en un solo instante. Olvidados por completo de la revista de Farahilde, asumieron que nada de papel encontrarían allí hasta que, luego de remover toda la tierra por casi una hora, encontraron un triángulo blanco emergiendo de una pared lateral del hueco. Con paciencia arqueológica liberaron la tierra que lo rodeaba y ante sus cuatro ojitos incrédulos, el triangulito se confirmó como la punta de un billete de veinte chelines, expirado hacía unos veinte años.

-Increíble, Töbi, ¡tu billete!

-Increíble, Jurg, durante estos años no hice más que desear que se lo hubiera tragado la tierra para no llevarme la desilusión de verlo derruido y mutilado por el paso del tiempo. Con los años, en mi mente se fue amarillentando y oxidándose hasta descomponerse por completo. Supuse tan firmemente que no lo volvería a ver, que no me dejé espacio a otra posibilidad. Como me lo pediste cuando teníamos siete años, me preparé para el desencanto de no encontrar nada y ahora que lo tengo en mis manos… yo soy el calvo, el de ojeras y vientre abultado, el que no resistió el embate del tiempo, pero el billete ahí está… intacto… ¡qué desencanto haberlo encontrado!









34 comentarios:

Ricardo Fasseri dijo...

Nada envejece más rápido que el desencanto...

Steki dijo...

Moraleja: si se hubieran enterrado ellos tal vez se hubieran conservados como el billete. Jaja, noo.
Qué linda historia, Dan. Me encantó. Andamos con regresión? Porque entre la conversación del face de hoy y estos niños que guardan tesoros de infancia... mmmm, da que pensar.
Te mando un besote y feliz semana!

Daniel Os dijo...

Qué buena imagen, Ricardo, me gustan los desencantos mortales que envejecen pronto y desaparecen sin dejar rastros.

Gracias por la relexión,
D.

Daniel Os dijo...

En todo caso, Steki, existen esas personas que, para no sufrir el paso del tiempo, no se exponen a la vida y ninguna marca se posa sobre sus imágenes.

Algo curioso es que ayer, cuando nos encontramos en Facebook, yo estaba escribiendo este cuento. Aparentemente no logré despegarme del tema y nuestra conversación se disparó para este mismo lado.

Qué simpárico que hayamos desenterrado la infancia por un ratito. Un beso muy grande,
D.

Carina Felice, Photography dijo...

Ok, puede ser que el tiempo arrasara con ellos, pero si reconstruyeron los pasos dados dando origen a un nuevo ritual, entonces, no todo vestigio de niño se ha desvanecido :)
Aun con calvicie y panzota.Ja!

Te dejo un abrazo y me dispongo a trabajar :)

Namaste/\

Jorge Arbenz dijo...

Sólo percibimos el paso del tiempo por contraste: cuando encontramos a un viejo compañero de escuela y los vemos desprovisto de todo síntoma de juventud; cuando encontramos un cuaderno, unos apuntes, una fotografía, etc. Necesitamos de la antropología para confirmar que estamos de paso. Y pese a todo somos la especie dominante del planeta ( para desgracia del planeta)
En fin, que el tiempo ha pasado y vuelvo a estar, un año después, de vacaciones.

Maga h dijo...

Vivir al aire, atreverse a la vida sin preservarse, sin hundir la cabeza bajo la tierra.

Me gustò mucho este cuento Daniel, me puso triste por un momento.

Besos abrazados!

Daniel Os dijo...

Estamos muy de acuerdo, Carina. Pretendo con esta historia reivindicar la amistad resistente al paso del tiempo. Me gusta mucho la estampa de los dos adultos haciendo un pozo y gateándolo con buena ropa, ahí radica el desinterés por lo aparente frente a una ilusión y ese es el espíritu infantil que no deja que uno envejezca.

Vamos, vaya a trabajar, ¡no sea chiquilina!
D.

Daniel Os dijo...

Me gustó, Jorge, aquello de que necesitamos de la antropología para confirmar que estamos de paso. Y si bien es cierto, tomemos en cuenta que muchas más cosas nos lo confirman a diario.
Es inevitable que el tiempo deje marcas en uno, pero el verdadero desafío es tratar de dejar marcas en el tiempo que le tocó vivir.

No es obligatio, claro, pero para los interesados con la inmortalidad, eso los deja de camino.

Felices vacaciones, si va a la playa haga un pozo en mi nombre por favor.

Un abrazo,
D.

Daniel Os dijo...

Debiera alegrarme, Magah, de que mi cuento pueda despertar emociones intensas pero comienzo disculpándome por haber convidado tristeza.

Ahora, con respecto a lo de vivir sin medirse… no es otra cosa que lo que los niños hacen. Buena oportunidad para planteárselo, gracias por la recomendación.

Un beso,
D.

MAR dijo...

A mi me pareció preciosa la historia...la niñez, las ilusiones, la ingenuidad que ciega todo mal.
Mientras leo tu post, pienso y da la causalidad que ayer fuí a pasar la tarde a la playa, a reencontrarme con mi niñez, la casa de la infancia, el patio donde jugábamos mis hermanas y yo, la quebrada de la esquina, llena de misterio, las mascotas de Verano, mis dos papas vivos, FUI TAN FELIZ, y ayer lo fui nuevamente al recordar.
Mis cariños para ti y los años pasan pero uno sigue siendo un niño, al menos yo, de corazón.....y la lección aprendida con tu post es hoy...que sin importar la edad, nunca enterremos nuestros sueños.
Besos
mar

Claudia Sánchez dijo...

Es el problema de prepararse para determinados acontecimientos: mucha veces uno termina decepcionado. No es mejor no tener expectativas? Al final casi siempre terminamos sorprendidos. En un sentido u otro.
Besos,

Epístola Gutierrez dijo...

El relato me encantó, me atrapó, me llenó de ternura.
El final no me lo esperaba, pero me hiciste sonreír y me dejaste pensando.
Y cuántas veces nos preparamos para el desencanto, tanto que si no ocurre nos desencantamos.
Un abrazo.

Daniel Os dijo...

Me gustó mucho la conclusión que encontraste, Mar, y me gustaría añadir que, si por alguna razón nos quedó algún sueño cubierto por tierra, no le temamos al desencanto… siempre se puede encontrar algo bueno al sacarlo de nuevo a la luz.

Un beso grande.
D.

Daniel Os dijo...

Y sí, Claudiña, si el destino lo escribe alguien no es precisamente uno, así que hasta la más abúlica de las rutinas es una sorpresa que nos tenía reservada la vida.

Existe igual, la forma de hacerle trampa al destino. Se llama deseo y si se lo elabora con entusiasmo y los pies en la tierra hasta se puede terminar sin desencanto.

Un beso grande, amigaza.
D.

Daniel Os dijo...

Tal vez, Epístola, habría que animarse a confiar en que las cosas también pueden salir como a uno le gustaría.

¿Cuál será la frontera entre la esperanza y la ingenuidad?

Un abrazo,
D.

Mercedes Pajarón dijo...

Vaya, me has hecho pensar...Resulta que nunca compartí un tesoro enterrado con ninguno de mis amigos de la infancia...pero los amigos se han mantenido después de tantísimos años...¿Será ese el tesoro que seguimos compartiendo?
Aquí llueve y tu historia me puso nostálgica... qué bien!

Un beso sin desencanto!!

deMónicamente dijo...

los sueños, las ilusiones y la ingenuidad...es lo último que se pierde.
una pena que el mundo y la sociedad, comploten permanentemente para lograr lo contrario, no??
andaré cerquita. te invito a visitarme.
kissesss

Daniel Os dijo...

Aparentemente, Merceditas, lo que no has enterrado aún es la infancia. ¡El que llegue primero a la esquina se queda con todos los chicles!

Un beso grande y pise todos los charcos que desee,
D.

Daniel Os dijo...

No todos los mundos complotan contra la felicidad, joven de Mónica mente, a veces desencantarse no es más que un error de cálculo… sostener que iba a ocurrir lo que no iba a ocurrir.

De todas formas, bienvenida por este pequeño mundo, ya pronto visitaré el suyo.

Besos,
D.

Sebastián Leonangeli dijo...

Que feo es que pasen los años y no tener ninguna marca, no?
Mi abuela tenía una frase para cuando te quedaba un moretón o un corte "Esas cosas les pasan a los que hacen cosas".
Abrazo

Mai Puvin dijo...

¡Qué lindo cuento!... Me re enganché. Ni sé como llegué hasta acá.

Abrazos!

miralunas dijo...

y por un momento volvieron a ser aquellos niños...
escuche: siendo otros me mostró a los mismos; el avaro sigue siendo avaro con su alma, se ha fijado?

qué bien me cuenta usté las historias, querido daniel!

abrazo

Daniel Os dijo...

Supongo que es inevitable que los años nos dejen marcas, Seba. Soy de los que se las van descubriendo y revieviendo los pasajes de mi vida con que las asocio… cuánto lamento por aquellos inadvertidos que viven el esfuerzo de borrárselas a punta de bisturí.

Un abrazo,
D.

Daniel Os dijo...

Me pone muy contento que te hayas enganchado, Mai Puvin, ojalá sigan sucediendo textos que te llamen la atención.

Bienvenida, vengas de donde vengas.
D.

Daniel Os dijo...

Qué bien lee usted las historias, Miralunas, fíjese que encuentra detalles en los que yo mismo no reparé.

Muchas gracias por mostrarme los colores que no encuentro en mi paleta.
D.

SILVIA dijo...

Y...lo mejor de esta historia es el reencuentro de dos amigos al cabo de tantos años.
Cuentas como nadie chiquillo. Lujazo leerte, besillos!!!

Marcela dijo...

¡Pero la idea es no desenterrar lo enterrado! ¿No leyeron esos dos sobre el gato de Schrodinger (¿se escribe así? No tengo ganas de googlearlo) ¡Mientras no los desenterraran el juguete, el billete y la revista, estaban intactos y destruidos al mismo tiempo!
No sé si tiene que ver, pero tu cuento me hizo recordar esa paradoja. Muy bueno!
Un beso.

Daniel Os dijo...

¿Se me habrá mezclado alguna esperanza con la ficción, Silvia? Permítame, si no es muy grosero de mi parte, eludir el otro comentario… así evito ruborizarme.

Un beso, amiga escritora.
D.

Daniel Os dijo...

Lógicamente el viejo Erwin Schrödinger planteaba la paradoja con más oficio, Marcela, pero la duda de qué hubiera ocurrido con lo enterrado no resistía las leyes de la mecánica cuántica con estos dos eternos niños.

Yo también sueño con desenterrar viejos tesoros, lo que no tomé fue la precaución de enterrar alguno, de modo que también están intactos y destruidos al mismo tiempo. Qué cosas me pone a pensar, mujer...

Un beso grande,
D.

Blonda dijo...

Se siente apropiado tu cuento para estos 37...aunque agradezco no estar calva!

Muy feliz cumpleaños para usté también, libriano!

Me encantó leerte para cerrar el día.

besos!

Daniel Os dijo...

Felicidades nuevamente, Blonda... por seis años y un día no fuimos gemelos. Y qué bueno que estés a salvo de la calvicie, en eso de momento venimos coincidiendo también.

Un beso,
D.

Silvio dijo...

El tiempo es veloz, dijo Lebón.

Estoy comenzando a creerle.

Daniel Os dijo...

El tiempo es feroz, Silvio, a juzgar por lo reservó la historia para ese prócer.

Yo ya no le creo, hasta comienzo a descreer de la existencia del tiempo.
D.

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