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7 de febrero de 2008

Asunto: Llegué Bien, escribime

Querida Moni:

¡¡¡Hola mi amor!!! Disculpame que no te escribí ni bien llegué, como habíamos acordado, pero el vuelo me mató y no conseguí hacerme entender en el hotel para que me habiliten el servicio de correo electrónico.

¿Cómo te estás arreglando con los niños? ¿Cómo le fue a Juli en el proyecto de ciencias? ¿Se le cayó ya el dientito a Dana? Ojalá que no, y que aguante tambaleando una semana… me muero por ser su ratoncito Pérez.

Acaban de avisarme que ya puedo revisar mi correo, así que pude leer tu mensaje. Te agradezco tus palabras de consolación por todo lo que te imaginás que tuve que pasar, pero me tengo que asumir un caprichoso… el común de la gente consigue disfrutar de esto de lo que me quejo desde que me subí a un avión por primera vez.

No es que sienta miedo de volar ni que sienta que los aviones sean frágiles o poco seguros. Hay gente que dice que si debiéramos volar habríamos nacido con alitas, pero no es mi caso.

No me gusta volar, me gusta llegar. El trámite de aeropuertos me incomoda aunque no tanto como el trámite de estar en el avión en un espacio reducido con olor a aire acondicionado. Encima, las azafatas trabajan de ser gente muy simpática y me desagrada su sonrisa cuando me ofrecen cafeína en vez de algo mágico que quite el fastidio. Tal vez por eso sea que amo llegar a los aeropuertos… el alivio.

Ya sabés como soy, a veces me entretengo con cosas que no llaman mucho la atención… ¿Sabés qué me gustó? El tramo que caminé desde el avión hasta la aduana… no tiene nada de particular, pero el primer contacto visual con gente del país (y esto pasa en cualquier país del mundo donde uno vaya) es el personal de limpieza con todas sus cualidades étnicas a flor de piel, obligados a verse pulcros pero con cara de desaprobar lo que les ha tocado hacer, sin mirar a la gente, dedicándole varios minutos a recoger con sus herramientas (a veces más sofisticadas que prácticas) una coletilla rebelde o un papel de chocolate.

Me hubiera gustado que entráramos juntos a las tiendas libres de impuestos para ver en los empleados la otra cara de la moneda. Gente que tampoco pertenece a la clase acomodada del país, pero que huelen y visten como si lo fueran… tal vez por exigencia de sus patrones, pero les gusta. Las mujeres sobremaquilladas, los hombres con una cordialidad casi afeminada, ostentosas joyas de poco valor, sonrisas corporativas y exagerada calidez en la escena de la venta de un paquete de pilas.

Luego la burocracia. Ahí dejo de ensayar mis mejores caras y respondo con la misma grosería con que soy atendido, no sé por qué… ellos no lo notan y yo quedo tenso, pero siempre decido ser descortés con ellos. A ellos les noto los mismos rasgos étnicos que al personal de limpieza y la misma pulcritud que los empleados del free-shop, aunque esta vez no corporativa sino gubernamental.

Lo mejor fue lo último. Después de haber caminado unos veinte minutos entre hacer mis compras, recuperar mi equipaje y hacer sellar mi pasaporte, mis piernas ya estaban desentumecidas y recién ahí sentí el cansancio en todo mi cuerpo. Seguro que estaba despeinado, que mi frente brillaba y debía tener algo arrugada la ropa. Para alivianar mi sensación antisocial mejoré mi aliento con una pastilla de Halls… te imaginé sugiriéndomelo sutilmente. Ya tenía permiso de adentrarme en el país y después de tantas horas de hacinamiento en el avión y de aeropuertos amplios y frescos, salir a la calle era lo que esperaba aunque no estaba preparado para el clima de afuera. Mis pupilas se resistieron un par de minutos a la luz natural.

No te estoy reprochando que hayas elegido quedarte en casa, pero me habría sido más fácil estar acompañado a la hora de aceptar que no me esperaba nadie conocido… es que así son los países, funcionan sin la necesidad de que uno llegue. No te niego que también tuvo lo suyo de lindo cuando nadie vino a buscarme; me quedé parado en la mitad de la sala de arribos con una valija en una mano, medio inclinado haciendo contrapeso al bolso azul que me calcé en el hombro y mirando la nada con los ojos bien abiertos como Juli en el patio de la escuela su primer día de primer grado. Aunque las sensaciones son intensas, razono que ese momento es el perfecto: todo está por venir, uno está medio intimidado, reconozco que con miedo, pero lleno de promesas, hasta ese instante no hubo un solo “no”, el listado de cosas por ocurrir estaba bien abultado… y se irá desabultando cuando las expectativas comiencen a disolverse en la realidad.

Camino al hotel disfruté de las banalidades como subirme a un taxi, escuchar radio local, comerme el camino con los ojos, comparar los paisajes naturales con los prejuicios que traía, buscar entre los carteles de publicidad las marcas conocidas y dejarme sorprender por las que jamás antes ví.

Llegar al hotel es fantástico, aunque uno traiga las peores intensiones es recibido como un Señor. Me condujeron hacia mi habitación sin dejarme ni tocar mi equipaje, lo supe recompensar con unos billetes pero con menos franqueza que con la que me lo agradeció mi hombro. Desempacar es reencontrarme con mi intimidad en un sitio al que no pertenece. Mi afeitadora, mis camisas dobladas por vos y el libro que empecé la semana pasada me devolvieron parte de la identidad que tuve postergada durante todo el día. Te agradezco mucho que hayas escondido dibujitos de los nenes entre mis cosas, los extraño como si hubiera salido de casa hace meses… pero mejor cambio de tema porque no me gusta llorar ni cuando no tengo testigos.

Parece que esos cursitos que compramos de algo sirven: debieras enorgullecerte de lo bien que tu marido puede manejarse en un lugar desconocido donde el idioma es un enigma de sonidos que se suceden sin parecer transportar mensajes. Pronto saldré a almorzar y ví que cerquita hay un local de Pizza Hut… me recuerda a nuestro último viaje, también fue en esa cadena de pizzerías, ¿te acordás?… me confundí con la plata, pagué mal, la empleada miraba a través mío apurándome, la gente de la fila pensó que era un imbécil, no un turista… me guardé los billetes del vuelto hechos un bollito en el bolsillo y hasta que no llegamos al hotel no me enteré de cuánto nos costó el almuerzo. Me acuerdo que me hiciste notar que la Pepsi de casa tenía otro gusto y más gas, y que la pizza era con menos salsa y no tan picante.

Mañana tengo la primera reunión y, aunque estoy un poco cansado, voy a aprovechar esta tarde para salir a conocer la ciudad. Vos sabés a qué llamo yo “conocer la ciudad”… no entiendo el mapa que me dieron en el hotel, me pierdo, conozco los suburbios y esquivo los puntos atractivos, compro una camisa por el doble de su valor en el centro y a las tres horas vuelvo al hotel a escribirte que el paseo fue maravilloso y que la ciudad es hermosa.

Ya me faltan seis días y medio para volver a casa, la verdad que me gusta más estar con ustedes que extrañarlos, pero extrañarlos me hace bien.

Te prometo que, a más tardar, mañana te vuelvo a escribir.

Besitos,
Yo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente narrativa, ¿es una historial real o de ficción?

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