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20 de marzo de 2010

Somos Distintos

–Ustedes tienen una reputación que cuidar… no pueden andar mostrándose en sitios públicos con un tipo como yo –les volví a argumentar en tono de broma para rechazar delicadamente sus invitaciones.

–Estuvimos trabajando duro, Stejman, tratemos de entregar el Proyecto Quintal antes de medianoche y salgamos a tomar unas cervezas, mirar algunas mujeres y después cada cual se va para su casa –insistió anoche Vangen asumiendo que su manera de pasar el tiempo libre es la misma que yo elegiría.

–Claro que sí, trabajamos duro y nunca hay tiempo para conversar. Esta noche nos merecemos unas bien frías –fingí entusiasmo por no seguir rehuyendo sus ofrecimientos– pero con la condición de que me dejen invitar.

–¡Paga Quintal! ¡Paga Quintal! –bufoneó a repetición Sampadre sospechando que la primera vez sería ignorado y sin suponer que a la segunda ya nadie estaría prestándole atención.

Nos ubicamos en la barra, entre parados y sentados en los taburetes, por más que intenté disuadirlos de ocupar una de las mesas, donde la acústica es apenas mejor y la conversación más íntima. Pero es de común conocimiento para todos los geomensores y cartógrafos de Gaĩa, exceptuándome, destacar de la barra la posición estratégica de cara a los televisores, donde desde el mismo ángulo se puede alternar entre las proezas de los deportistas y los escotes de las jóvenes que sirven tragos.

Me sentaron entre medio de ellos, fue un gesto amable que me obligó a alejar casi medio metro mi asiento de la barra, intuí que sentados en línea todos los diálogos me cruzarían e intenté formar un semicírculo.

–Hola, me llamo Meli, ¿qué van a querer tomar? –actuó soltura con gran oficio la niña de la cadera tatuada y una perla de acero quirúrgico en su acelerada sonrisa.

Aproveché la determinación de Vangen y Sampadre y los dejé ordenar primero para, en esos segundos, encontrar una bebida que no desentonara con lo que ellos beberían. Supuse que tras esa barra jamás habrían servido un buen oporto ni habrían echado a naufragar dos ciruelas pasas en una copa de cognac. Meli acercó una lager nacional a cada uno de mis acompañantes y, sonriendo sin articular palabra alguna, su mirada me preguntó qué me serviría.

–¿Cómo podrán estos caballeros beberse esos desinfectantes espumosos que acaba de servirles, Meli? –le pregunté sin separar mis labios. Tomaría un té negro con bastante limón para eclipsar el sabor a cloro que, juraría, tiene el agua de este sitio –agregué aún en silencio antes de pronunciar correctamente. Una Guiness, por favor.

Observé a la joven alejarse de la barra intentando que mi mirada le transmitiera que, si bien me reprimiría de montarle un escándalo, internamente condenaría una stout demasiado fría o muy gasificada.

–Le gusta la chiquita –le aseguró no recuerdo quien de mis contertulios al otro, acentuando su concepto con un manotazo confianzudo en uno de mis omóplatos. Vea cómo se quedó prendido… embarazándola con la mirada.

Sonreí para que sintiera que había me descifrado, condimentaba de complicidad y granujería a mi silencio originariamente amonestador.

–Sí que es muy bonita, obsérvenla bien amigos…

Y al decírselos me volvió a ocurrir. Con cierta frecuencia mi mirada se funde con mi imaginación y, sin proponérmelo, frente a mis ojos las personas comienzan un proceso acelerado de envejecimiento. Puedo estar frente a un niño y ver cómo le crece el tabique nasal, se le ensanchan los pómulos y la suave vellosidad de sus mejillas se torna sombra de barba. Se le frunce el ceño, su mirada suspende la inocencia para almacenar sabiduría y estrategias no correspondientes a la persona que era hacía segundos.

Volví a mirar a Meli que acercaba mi orden. Me puse de pie para dar el paso que me separaba de la barra y así recibir de sus manos mi cerveza. Cruzamos miradas gentiles y a su fresca sonrisa de arete le adiviné las comisuras algo escurridas por el peso de sus lánguidos mofletes que, flácidos y avejentados, desdibujaban la línea de su maxilar y se comunicaban por colgajos de piel con su ajado cuello de gallina. Hacía sólo unos instantes su mirada era la de una chispeante joven y ahora, con total naturalidad, sus párpados habían perdido tono muscular agregándole un carácter melancólico a su reseca mirada, entre bondadosa y reclamando compasión. Sus pestañas grises apagaban aún más sus ojos, subrayados por bolsas que acababan de ganar volumen en una piel más delgada y clara. Algunos pelos grises y gruesos se escaparon de su peinado y de sus cejas que, crecidas como césped desatendido, pretendían distraer la atención de su frente más lejana, arrugada y surcada por arrecifes de pigmentación grisácea. Unas venas como raíces llegaban desde sus sienes. La delicadeza de su pequeña nariz adoptó repentinamente un grotesco aspecto caído al engrosársele la punta, partirse al medio y ostentar una nueva textura de poros abiertos. La infantil sensualidad de su cuello era ahora de piel gruesa y tan pesada que, en su derrumbe, arrastraba los lóbulos de unas orejas largas y blandas que, de tan pálidas, desvanecían hasta el brillo de sus pendientes. Pude ver la piel transparente en sus manos delgadas e inseguras, su espalda encorvada y sus pies hinchados arrastrando una existencia más ancha y apesadumbrada. Dio la media vuelta luego que agradecí su servicio y no me sorprendió tanto que se le hubiera decolorado su tatuaje, sino que una mujer de su edad llevara desnuda y dibujada la cintura.

–Cúbrase, señora, la noche está fresca… ¿no quisiera sentarse y descansar un poco?

Varias docenas de bebedores lamentaron al unísono un gol no convertido en los televisores y me eximieron de ser escuchado por la camarera. Mi comentario estimuló involuntariamente la carcajada de Sampadre.

–Ofrézcale un puesto en Gaĩa, Stejman, llévela a Gaĩa… ja ja ja –comenzó a reír justo antes de repetirse por tercera vez.

–Déjela así como está y no le diga de taparse que está mejor que el partido, Stejman –agregó Vangen.

–Caballeros, intenten descubrirle sus talentos y encantos no visibles. Lo evidente suministra beneficios tan inmediatos como fugaces.

Mientras se los decía me arrepentía. Mi objetivo no debiera haber sido intentar contemporizar sino aceptar una invitación para deshacerme de la cadena de insistencias y llegar a casa tarde pero con el Proyecto Quintal menos fresco entre mis pensamientos. Somos distintos, vivimos distinto, nos entretenemos distinto y observamos distinto la vida. No son malos muchachos… algo elementales tal vez. Con deseos básicos y fáciles de resolver.

Al llegar a casa levemente intoxicado, por un instante me apené de no haber podido continuar con mi hilado artesanal, pero aunque era bastante tarde, dejé algo de humus en el insectario y me metí en la cama con la satisfacción de no haber intentado inducir a Vangen y Sampadre de envejecer gente con la imaginación.

Esta mañana en Gaĩa había un ambiente más distendido. Será que se aflojan tensiones luego de entregado un proyecto importante o que la salida con los muchachos generó un espíritu de cofradía. Sea lo que fuere, los he notado a todos más cercanos.

Me sorprendió, sin embargo, las blasfemias sobre mi sexualidad que tuve que borrar de las paredes del baño.





20 comentarios:

Maga h dijo...

El relato es brillante, se va leyendo solo, mientras se disfruta la trama sin ansiar el desenlace (Cosa aprendida en otro blog, que me resultó interesante para esta vocación de morir cuando sea, pero con una sonrisa).

Y rematar con ese video!! Lo hizo de golpe bajo.
Mientras veía el paso del tiempo ir dibujando los surcos que va dejando la vida, pensaba que lo único que nos salva es no perder la sonrisa.
Cuando el artista la puso allí y ví la buena vida en los labios...
se me nublaron los ojos. Y no se le ocurra decir la repetida frase "No llores" quiere? Me lo permito cuando algo me conecta directamente al corazón, que como éste, suele estar cada día un poco mas blindado, cuando algo le entra, se derrite rápido, y yo lo dejo un ratito.

Un verdadero placer!

Daniel Os dijo...

¿Quién habrá sido el inhumano que popularizó la sugerencia de contener las lágrimas, Magah? No es cuestión de pasar por la vida en un perpetuo estado de congoja, pero llorar, reírse, salir con amigos o envejecer es de lo más natural.

¿Cómo dejaríamos, si no, surcos de vida en la vida?

Un beso grande, muchas gracias por tus palabras y gracias también por acompañarme a admirar al gran Philippe Faraut [+].
D.

Marcela dijo...

Creo que fue Borges quien dijo que somos lo que fuimos y lo que seremos. Ver las arrugas futuras de la gente, ver en lo que nos convertiremos, puede ser un castigo pero se está viendo a la misma persona. Quizás sería mejor poder ver al joven en el viejo, algunos romances durarían mucho más. Y sobre la incomprensión de los compañeros para entender las diferencias en gustos y formas de entretenerse... es tan tristemente normal.
Coincido con Magah... El cuento se lee solo, y lo que más me gusta, se lo puede leer con tantas miradas distintas.

Beso.

miralunas dijo...

caballero de la columna de la izquierda del blog de magah, Palabras descalzas: hace un rato que me llaman la atención sus comentarios, pero hoy me he venido a caminar un momento por acá.

me ha gustado lo que he leído, visto y sentido, así que volveré. sin dudas.

salud y buenventura.

Candil dijo...

Un relato precioso, he disfrutado con él. Y dígame, ¿qué le devuelve el espejo cuando se mira en él?. La verdadera visión llega cuando ya no se ve.

Besos.

Daniel Os dijo...

Quién sabe, Marcela, si ver el deterioro en los demás no es un castigo prodigioso para quien no disfruta de su compañía. Me gustaría poner a ese personaje frente al espejo y proponerle el mismo ejercicio envejecedor… tal vez nos responda que así no funciona, sólo si logra enamorarse de una joven puede verla envejecer en la misma escena y a su manera vive un prolongado romance.

Me gusta tu propuesta de experimentar el ejercicio inverso, de hecho sostengo que Borges es aún joven y divertido.

Muchísimas gracias por tu comentario.
Un beso,
D.

Daniel Os dijo...

Una hermosa desmesura el gesto generoso de Magah. Muchas gracias por la visita, Miralunas, y también por el comentario. Bienvenida por este rinconcito y prometo devolver la visita en breve.

Salud, buenaventura y, ya que andamos deseándonos cosas buenas… unos cuantos mangos,
D.

Daniel Os dijo...

Me imagino, Candil, que si ese tipo ya está ciego debe ver las cosas tal como son. Ojalá que cuando se mira a sí mismo vea algo más atractivo que un tipo que alimenta su insectario y apenas se controla si la cerveza no la sirven como la sueña.

Muchas gracias por pasearse por acá, buen reflejo para usted también.

Seguimos en contacto. Un beso,
D.

Mercedes Pajarón dijo...

Pasé ayer, disfruté de tu post y me fui sin dejarte comentario alguno. Necesitaba un tiempo de reflexión, porque no sólo aparece el tema del envejecimiento (uno de los peores inventos de la Historia, por cierto), sino el de las reacciones diferentes, las miradas distintas...Está claro que cada ojo ve la realidad como le da la gana!
Debe de ser por eso que cada vez que me miro en un espejo, no veo signo alguno del paso del tiempo en mi cara! Los demás sí, pero...¿qué culpa tengo yo de su visión equivocada?

Un texto realmente fantástico en cuanto a continente y contenido, señor Os.

Daniel Os dijo...

Yo no estoy tan seguro de que envejecer sea un mal invento, Merceditas, tal vez sí las arrugas sean inoportunas en medio de la inmadurez del que no vivió suficiente su juventud y necesita estirarla unos años más.

Si se ha vivido, que se note.

Por suerte no es tu caso ni el mío, dos ligeros mocosos aún.
D.

Sergio Vasilev dijo...

En su distinción, tuve miedo de que el protagonista le sacara una muestra de ADN a la joven a fin de corroborar su compatibilidad genética...

Maximiliano De Pietro dijo...

Daniel, sería un halago (y una "adquisición" de alto valor) contar con sus escritos en Punto Exacto (www.puntoexacto.com.ar). Somos un medio nuevo (muy nuevo, a decir verdad) y estamos buscando autores para incorporar a nuestro staff. Su pluma sería muy bienvenida. Cualquier cosa, póngase en contacto conmigo. (Aclaro desde ya que no contamos con los medios para brindar un resarcimiento económico, a menos que empiecen a llegar publicidades, a las cuales tememos por las imposiciones que estas puedan llegar a tener).

Un saludo y un placer, como siempre.

Maxi (maxis.dp@hotmail.com)

PD: por su puesto, hago la propuesta abierta a todo aquel que esté interesado en ser parte.

Daniel Os dijo...

Imagino, Tavo, que es un paranoico analítico. De modo que debe haber necesitado una prueba de ADN y a la vez la debe haber rechazado por bastarle la prueba de que envejeció frente a sus propios ojos.

Confío en que salió divertido del bar aunque seguro que se robó el vaso con restos de grasa de los dedos de la camarera. También debe haber limpiado junto con la blasfemia anónima del baño sus propios rastros genéticos.

Siento conocerlo bien y, a propósito, ¿usted no era sensiblemente más joven hace veinte minutos?

Un abrazo,
D.

Daniel Os dijo...

El halagado soy yo, Maxi, y sepa que colaboraría con el mismo entusiasmo si se tratare de de una cuantiosa o una nula remuneración.

De todos modos hay otros aspectos que analizar y quedan para que los conversemos por la vía privada.

Un abrazo,
D.

Anónimo dijo...

Con el paso de los años, las arrugas dibujaran un nuevo rostro, nuestros ojos serán los mismos solo que no brillaran como antaño. Pero ese nuevo rostro dibujará claramente los pensamientos más ocultos que nacieron de nuestro corazón, también el él se reflejaran los grandes dolores que no pudimos mitigar. Todos tememos envejecer, pero cuando llegue el momento seremos felices viendo hechos hombres de bien a nuestros hijos y nietos.
un abrazo

antonia obiol y corcoll dijo...

Admirable, notable, ocurrente...

Cariñosos saludos de esta viejita...

SILVIA dijo...

Buenísimo relato Daniel, mis aplausos más sinceros.
Yo creo que envejecer, en los tiempos que corren, es un lujo. Cada arruga es una experiencia pasada; una risa, un llanto, mil emociones. Me gustan mis arruguitas cuando frunzo el ceño o cuando sonrío. Me gusta mirarme al espejo y contemplar mi madurez. Debo ser un bicho raro, quizá... Crepo que los años son un cúmulo de vivencias y la edad, como decía mi bisabuela que falleció a los 104 añitos, es la del corazón.
Un besazo!!!!

Daniel Os dijo...

Interesante predicción, Tauromáquico. Que la escurridiza felicidad venga de la mano de la inevitable vejez pone a ambas en otra perspectiva.

Nuevas razones para no disimular ni renegar de las arrugas aunque, confieso, más que temor a la vejez le tengo terror al dolor que pueda causar la muerte… no sé qué tan lejos lo tenga un anciano de su rutina.

Un joven abrazo madurando,
D.

Daniel Os dijo...

¿Ocurrente? Ocurre, Antonita
Un beso grande, mi juvenil vieja amiga.
D.

Daniel Os dijo...

Muchas gracias, Silvia. Me parece hermosa más que resignada tu manera de relacionarte con la naturaleza. Te imagino superando los 104 años de tu eternamente joven abuelita.

¡Otro besazo!
D.

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