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1 de septiembre de 2009

Coach Andy

Con cuatro hijos varones y una niña, la menor, el matrimonio Barnett no ahorró para enviar a sus niños a los mejores colegios y no planearon para ellos estudios universitarios. No les faltó, sin embargo, la más esmerada educación hogareña basada en los constantes ejemplos de sacrificio de papá Earl y mamá Adela.

A los dieciséis años, Andrew, el segundo hijo de los Barnett ya había alternado sus escasos logros escolares con trabajos temporarios en la carpintería de los hondureños Camilo y Humberto y manteniendo el gallinero de Fridl Schlufman, el matarife, donde había aprendido las técnicas de sacrificio según las leyes de Kashrut y también cómo transgredirlas, degollando las gallinas sin detenerse en todos los pormenores del proceso y evadiendo el total de las plegarias. Así podía dedicarle más tiempo a jugar básquetbol, pasión que compartía con Abi, el menor de los Schlufman.

Durante los siguientes años probó y forzó su suerte en catorce clubes, donde a pesar de mostrar gran habilidad para ese deporte, pronto abandonaba las prácticas para atender sus urgencias financieras. Creciendo se fue alejando del sueño de encestar y oír aplausos mientras le nacía el de contagiar su habilidad congénita a las siguientes generaciones. Coach Andy se hacía llamar a pesar de no entrenar a ningún equipo.

Cuando Mel se embarazó, Andy le rogó a su suegro que permitiera redecorar los galpones de la zapatería, nadie los usaba y ese espacio era ideal para disponer dos aros de básquetbol, trazar un pequeño campo de juego e instalar castillos inflables y piscinas de pelotitas de colores donde criar a su hijito y animar fiestas infantiles deportivas.

“Coach Andy anima tu fiesta” se leía en las paradas de buses de las zonas residenciales del condado. Los cumpleaños en el “Coach Andy Stadium” eran famosos por el carisma que su anfitrión había heredado de mamá Adela y la pasión por el trabajo de la sangre del viejo Earl. Andrew era feliz jugando a enseñar básquetbol, pero en la primavera siguiente papá Earl se enfermó gravemente y Andy no dudó en distraer todas las ganancias de su negocio en un estéril intento de recuperación.

–No te preocupes por el dinero –lo apoyaba Mel– trabajaremos duro y volveremos a salir adelante.

Cerca de fin de año, una ficha en el archivador indicaba que para el siguiente domingo había que adecuar el gimnasio para la fiesta de Mushke. A los niños se les adornaba con motivos deportivos y a las niñas con objetos decorativos y una escala de colores menos agresiva, pero ¿qué decorado se preparaba para Mushke? Andy llamó al teléfono anotado en la ficha para verificar cómo querían la fiesta del domingo y, sin saberlo, durante casi diez minutos habló con Malca, la esposa de Abi Schlufman.

El domingo dos viejos amigos recuperaron el tiempo perdido conversando horas y horas cuando la fiesta de la hijita de Abi, el hijo de Fridl, ya había terminado. Abi se había casado con Malca y tenían dos hijas; Andy se había acercado, a través de las fiestas infantiles, a la pasión que los unió casi veinte años antes.

–Pero, Andy –lo amonestó dulcemente su amigo– no has hecho más que trabajar todos estos años y veo que no prosperaste, conozco gente que puede serte útil si te animaras a dejar tu empresa.

–No creo que me anime, Abi, trabajo con mi familia, enseño algo de básquetbol y los niños me adoran… no he ganado mucho dinero pero el “Coach Andy Stadium” es mi vida.

–Debieras animarte. Si de veras querés enseñar básquetbol y que los niños te llamen coach. Abandoná todo, llamá al Director Neiman. Mi hermano le hizo el bris a su único hijo y es un gran amigo de la familia.

Después de semanas de conversarlo con Mel y de insistir en creer en una economía endeble, Andrew Barnett decidió seguir el consejo de su amigo de la infancia y entabló contacto con el Director Neiman, un hombre pragmático que intercalaba pocas sonrisas en su tosquedad, pero las suficientes para hacer sentir alivio. Luego de una corta serie de entrevistas, las clases de sexto, séptimo y octavo grado de Educación Física quedaron a cargo de Coach Andy.

En los niños se despertó la pasión del entrenador por el deporte y practicaban con notorio entusiasmo todas las técnicas que Andy enseñaba. Con precisión robótica aprendieron la posición de los pies y de las manos medio segundo antes del salto con la vista en el aro; se organizaban como equipo, adivinaban los movimientos de sus compañeros y respondían a todas las instrucciones con rendimiento profesional.

Todos jugaban, los más hábiles en puestos claves y los menos aptos a veces también, a modo de estímulo. Los padres de los alumnos, viendo la motivación de sus hijos por la práctica del básquetbol, se organizaron para que el Director Neiman inscribiera a la escuela en la liga estatal.

“Lyons” tuvo su camiseta dorada y banderas del mismo color flamearon en las gradas durante todas las victorias. El quinteto seleccionado por Coach Andy estaba alcanzando todos los resultados deseados. O casi todos.

La directiva de la escuela comenzó a recibir quejas de la mayoría de los padres que, viendo que sus hijos perdían en cada partido la posibilidad de integrar el conjunto titular, comenzaban a cuestionarse sobre su continuidad en esa escuela para el año siguiente. También los alumnos destacados en deportes mostraban un claro desinterés por el resto de las asignaturas, asistiendo a clases sólo como un entretiempo entre partido y partido.

La Comisión decidió intervenir las clases de Coach Andy, incorporar alumnos inhábiles en los encuentros deportivos y retirar a los más brillantes para que desarrollen similares virtudes en las clases de arte, ciencias, idiomas y matemática.

“Lyons” se retiraba tras cada partido entre silbatinas, burlas y reproches y, en varias oportunidades, Coach Andy tuvo que abandonar el sitio escoltado para que no se cumplieran las promesas que bajaban de las tribunas. Faltando dos fechas para terminar el torneo, nada podía llevar al equipo a la mitad superior de la tabla de posiciones y, poco antes de fin de año, el Director Neiman revocó el contrato con el entrenador, que se había convertido en culpable de todas las desgracias conocidas por la especie humana.

Con su nuevo currículum a cuestas, volver a animar fiestas infantiles fue un intento absurdo por no ver devastada la estabilidad económica del hogar. Nadie quería ver al pobre Andy sonriendo en las fotos de cumpleaños de sus hijos y al poco tiempo los galpones de la zapatería se convertirían en la pista del Circo de la Payasita Oopsy.

Abi Schlufman sintió culpa por haber recomendado a su amigo que tomara un camino incierto, una molestia en su conciencia lo hizo buscar al entrenador derrotado. Necesidad de ser perdonado. Ganas de no haber animado a Andy a abandonar todo por una promesa.

–¿Qué tiene de malo, Andy? Siempre podés volver a armar tu negocio de antes.

–No, Abi, mi imagen está por el piso, no tengo permiso ni de soñar con reabrirlo. Los niños asocian mi nombre con el de la derrota, los padres no pagarían un centavo por hacerme animarles una fiesta. Hasta Mel se tuvo que disfrazar de payaso para aprovechar las instalaciones… llamame Andrew Barnett… “Coach Andy” está muerto y sepultado.

–No creo, vos tenés el talento, el sueño y las ganas. Vos podés armar tu propio equipo profesional y sacarlo campeón, no te quedes con la experiencia de una escuelita con padres vanidosos. Vos tenés la sangre de campeón. Vos estás para grandes ligas, sólo te la tenés que jugar de una buena vez en tu vida.

–No insistas, Abi, no me quieras vender más ilusiones… ya te hice caso una vez y me quedé peor que antes. Mi pequeño mundo era como un jarrón que se tambaleaba sobre la mesa y le diste un empujoncito, ahora que no tengo más el jarrón me querés hacer ver que tengo más espacio en la mesa… no me aconsejes más, encargate de tus éxitos que de mis fracasos me engargo yo solito.

–Perdoname… estoy de verdad dolorido y arrepentido. Nunca quise hacerte daño, sé que te arruiné la vida pero quiero recuperar tu amistad.

–¿Recuperar mi amistad? ¿cuándo te la quité?

16 comentarios:

☀Pau☀ dijo...

¿De nuevo autobiografías y reflexiones disimuladas por una trama llevadera? creo que sí y que hablás de los amigos que pueden perdonar una falta pero el que la comete no puede perdonarse a sí mismo.
Me gustó tu cuento y no me contestes que no seguís el ritmo de los blogs pero era un poco largo para los que no leen mucho.
Besitos!!!

VAE VICTIS...!!! dijo...

Daniel:
Es un deleite leer tu relato, discrepo con Pau, me quedé con ganas de leer un poco mas, da para una segunda parte, tiene los condimentos necesarios para ser una excelente novela.
No te doy la bienvenida, así como un hombre jamas abandona del todo a una mujer, tampoco lo hace con sus amigos.
Un abrazo.
Vae

Daniel Os dijo...

No tan autobiográfico, Pau, a veces intentamos escribir ficción y entre lo que lamentamos está también el no haber satisfecho a los que tienen poco tiempo para leer.

Lo que no lamento sino que disfruto mucho son las conversaciones que a veces se proponen después de la lectura, por ejemplo este comentario que traés sobre los problemas de conciencia que sigue teniendo el amigo en falta incluso luego de ser perdonado… hay metidas de pata fáciles de evitar e imposibles de arreglar una vez hechas.

Te mando un beso y te agradezco mucho tu comentario,
D.

Daniel Os dijo...

Agradezco sinceramente, amigo Vae, tu desmesura. Me da mucho placer enterarme que alguien pueda disfrutar con las cosas que uno modestamente propone leer.

Comparto contigo plenamente que uno nunca se va de donde quiso, o de con quien quiso, alguna vez estar. Esa es otra manera de refutar la posibilidad del regreso.

Te mando un fuerte abrazo por no haberte ido ni jamás macanear con que volvés.
D.

María dijo...

Es inevitable -imperdonable, además- pero no puedo dejar de sucumbir ante el adagio: "Dios nos guarde de los buenos "Abis" que de los malos..."


En fin.
Gracias a Dios no creo en Dios, que si no...

Daniel Os dijo...

Me encantaría estar de acuerdo, María, pero no me sale cuidarme de los Abis por mi mismo. Lo que sí me sale, aunque a veces me gustaría que no, es perdonar a los falsos benefactores.

Si sí hay un Todopoderoso por allí, que los perdone… los suaves indultos que pueda repartir este mortal, si les alcanza para algo, los tienen asegurados.

Muchas gracias por darse una vueltita y repasar estos textos imperdonables.
D.

Susi DelaTorre dijo...

Ante todo, un saludo con el agradecimiento de tus palabras en mi humilde papelera. Te he encontrado por aquí, aunque no de casualidad, y me ha gustado mucho lo que he visto en tu blog.

El relato tiene un aire tierno, con una base que no fluctúa: la amistad.
Es un ejemplo claro de que, suceda lo que suceda, hay gente que no cambia sus sentimientos, necesitando culpar a los demás de desgracias que les ocurran.

El perdón es una grandeza.

Ojalá sucediera con más frecuencia...

Gracias! Te enlazo!

Maximiliano De Pietro dijo...

Creo que la tragedia de la historia es que Andy perdió su lugar en el mundo. Era pequeño y por lo visto no muy redituable, pero era su lugar en el mundo.

Porque su fracaso como entrenador fue circunstancial. No es consecuencia de ser entrenador el fracaso, si no de otros factores... ¿Y si le iba bien? ¿Andy pudiera haber sido feliz? ¿Hubiera encontrado mayor satisfacción al ver que sus habilidades, sus conocimientos, sus talentos (cosas que no se comercian) brindaban un bien mayor?

Daniel Os dijo...

Y sucede con bastante frecuencia, Larosita, lo que sucede poco son personas que piden perdón desde el fondo del corazón, muestran genuino arrepentimiento y se involucran activamente en resolver el daño causado.

Es muy fácil poner cara de acongojado y pedir un perdón blando que no cuesta perdonar… por desdén.

Gracias por enlazarme, los lazos son bases que no fluctúan.
D.

Daniel Os dijo...

Qué interesante acercamiento, Maxi; "El salón de fiestas era la patria de Andy".

Bajo esas circunstancias me atrevo a suponer que en su derrota perdió todo porque el desterrado que no tiene dónde volver queda obligado al éxito fuera de su tierra… por eso renunciar a la vanidad y al orgullo y perdonar a un falso benefactor, fue secundario en su tragedia.

Muchas gracias por la alegoría que encontró agazapada entre las letras.
D.

Steki dijo...

Una vez le dije a una persona: yo te perdono y me contestó: el que no me perdono soy yo. Y nunca más lo vi.
Otra vez vino una amiga blogger que después de dos años me pidió disculpas por algo sucedido y yo lo consideré valioso, después de dos años... Por supuesto que la perdoné.
Me alegra que hayas vuelto a reflotar el blog y con estos escritos maravillosos. Sos un capo! Jaja.
BACI, STEKI.

Daniel Os dijo...

Y si ya los castiga su propia conciencia, Steki, ya debe ser suficiente, qué ganamos aportando rigor… perdonamos hasta lo imperdonable. Nos compadecemos del arrepentido y lo absolvemos con el corazón aunque la mente siga repitiéndonos las acciones que nos lastimaron.

Aunque no perjudicamos a nadie a sabiendas tampoco somos perfectos, ojalá no nos persigan nuestras conciencias y perdonen nuestras imbecilidades.

Gracias por tus palabras, un beso.
D.

Sergio Vasilev dijo...

¡Qué bueno el juego entre los personajes!

El "materialismo dialéctico" parece generar culpa:
"Abi", desde su trono, eregido sobre un éxito neblinoso, decide que Andy no es lo próspero que debiera (tal vez para ser su amigo).
Andy, un ser supuestamente volátil, acepta la posibilidad de una volatilización aún mayor.
En el medio, todo el éxito en la nueva actividad se desbanda de una manera divertida (para el cuento no importa como, sólo que suceda).
En el desenlace no debiera haber más culpa que la de quien tomó la decisión errada. A pesar de eso, pareciera haber un pase de factura de Andy a Abi (Andy sabe que su mundo previo no era una maravilla, pero ambicionó más), una sensación de culpa que no es por el desenlace, sino por la manipulación de un "amigo" sobre otro.
Me quedan dudas sobre la inocencia de ambos...

Un abrazo!

Tavo.

Daniel Os dijo...

¿De qué podemos culpar a Andy, Tavo? De soñador, tal vez. De querer mejorar su suerte y torcer el destino en favor de sus legatarios. De no mezquinar esfuerzos para cortar la mala racha hereditaria.

¿De qué podemos culpar a Abi, entonces? De metido, de fomentar la ilusión infundada en el ingenuo en apuros, de proclamar incondicionalidad a plena luz del día y ejercer la indiferencia desde lo oscuro… de traición.

Pero no se trata de qué podemos culparlos sino si queremos. Y no queremos. A veces la amistad es asimétrica.

Gracias por su equilibrada, proporcionada y simétrica participación.
D.

Marcos Torres dijo...

Es que digámoslo ya con todas las letras: Hay gente que son unos verdaderos hijoputas. Los conocemos por el poder, pero los que no llegan a gobernar y también son sinvergüenzas hacen sus fechorías con los que tienen a la mano.

Daniel Os dijo...

Un simple cuento, don Marcos, tal vez se lo pueda tomar con más liviandad.
Gracias por su comentario,
D.

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