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21 de diciembre de 2011

El Vuelo del Abuelo

El abuelo Saatatya decía que los sueños se pueden heredar. Siempre pensé que era una reflexión que funcionaba bien en alguno de sus cuentos pero no como una enseñanza aplicable fuera de los universos verbales que él se inventaba.

Decía que había sido piloto mucho antes de que existieran los aviones como ya entonces se conocían. Y debe ser cierto, porque en la casa del lago Ashtamudi guardaba un aparato polvoriento y a medio destruir que él lo llamaba el Májira Vaiu que, ante mis ojos niños, no era más que un montón de varas vencidas, perchas y telas pobladas por manchas y remendones.

De sus seis hijos varones, papá y los tíos Ishan y Bhanudas lo siguieron al Viejo en su sueño de dominar el viento, pero todo acabó el día del accidente del tren. Los once hermanos cerraron la casa con el Májira Vaiu en el taller de atrás y, desde entonces, solo se dedicaron a sacarlo a la luz a través de los recuerdos… cada vez más esporádicos. El tío Bhanudas consiguió un buen empleo en la cocina del Hotel Godwin y le dedicó años a la tarea de mantenerme alejado de la idea de volar. Creo que por pedido de papá.

Cómo no entregarse a esa pasión transmitida por dos generaciones habiendo crecido entre historias de alas, nubes, fotos y sensaciones desde ángulos que el suelo nos niega. Cómo resistirse a vivir esas bravuras varoniles de alas de madera y huesos quebrados. Cómo no querer volar si ese deseo está impreso en el alma humana y concretado entre los de mi sangre.


Cuatro años en la Escuela de Gerencia de Hoteles de Kollam y un buen puesto tras una pasantía digitada por el tío, enfriaron mi fiebre. Pero cuando reabrimos la casa a los huéspedes para los festejos del Centenario del Faro Tangasseri, algo en mi mente hizo que fallara mi vista… esos viejos despojos de palos y harapos se me aparecieron en el taller del abuelo Saatatya como un verdadero avión… los sueños se pueden heredar.

Si mi imaginación podía verlo como un aparato con el que volar, mi trabajo iba a hacerlo levantar vuelo. Durante casi tres meses, todos los fines de semana me instalaba en el viejo taller; al principio solo para limpiarlo y establecer qué herramientas y piezas podría rescatar del olvido… y cuáles eran ya inútiles. Luego, a localizar los planos del abuelo y todas sus anotaciones. Estudiarlas, analizarlas y aplicarlas como un aprendiz entusiasmado.

Mis manos devenidas en gerenciales reconquistaron la razón por la que habían nacido. A fuerza de vocación se me hicieron hábiles en la faena de reparar todas las piezas. Enderezaron varillas, repararon mástiles, convirtieron nudos caprichosos en orgullosas tanzas y emparcharon telas hasta ver los viejos desechos transformados en el mismísimo Májira Vaiu. Nunca antes lo había visto en su completa forma y dimensión, ahora sí su sombra era la misma que el abuelo había visto proyectada en el lago Ashtamudi, ahora sí su aspecto era el de las anécdotas de la juventud de papá y los tíos. En apariencia lo era, y aunque con sus materiales vetustos no ofrecía ninguna garantía para volar, me sentí lo suficientemente satisfecho como para exhibir mi hazaña entre los demás nostálgicos de las viejas glorias de la familia.

Mis dulces Henna y Rajasi me abrazaron emocionadas, mis hermanos George y Pranja se subieron y se tomaron mil fotos con los niños. La evitada palabra volar se pronunciaba en cada jugueteo y comentario. La columna vertebral de los Adyanthaya no podía acabar en una pieza aeronáutica postrada en medio del parque… la tenía que hacer volar.

Esta vez fueron catorce los meses de mi dedicación en el taller. Al principio desmonté las alas y, al ver los cuadros tan afligidos, decidí reemplazarlos. Basado en los planos, le armé con piezas nuevas el sistema de alabeo para controlar la dirección y el viraje durante el vuelo. Desaté las viejas cuerdas bigotudas y sujeté nuevas amarras de nylon, más seguras, fuertes y livianas. Al reforzar el eje longitudinal encontré que algunos segmentos presentaban retorceduras y abolladuras que más convenía cambiar que intentar soldar. Con las viejas hélices como molde, construí unas idénticas en materiales más modernos y hasta me tomé la licencia de potenciar sus propulsores por unos de menor peso y superior performance. Las viejas lonas evidenciaban una sustentación desconfiable y a las varillas, ahora más resistentes y flexibles en fibra de vidrio, les cocí alas y timones confeccionados en poliéster recubierto de un polímero termoplástico prácticamente indestructible, ignifugo y mal conductor de la electricidad… también más colorido.

Con el sueño del abuelo Saatatya heredado y renacido, resolví los últimos detalles aerodinámicos, de control y de potencia en una cámara de simulación que pude conseguir a través del equipo de turismo del hotel y, luego de entrenar para ser el piloto ideal del Májira Vaiu, lo puse a planear quinientos setenta y ocho metros frente a las dos generaciones presentes de la familia Adyanthaya.

–Estoy emocionado, el abuelo debería haberlo visto. ¿Tomaron fotos?

–Te felicito hermano –me dijo, cauto, George– hiciste un gran trabajo y estamos todos muy contentos.

–¿Se vio peligroso? ¿Temieron por mi integridad? ¿Por qué esas caras?

–Los tíos y… papá también… quisieran recuperar las lonas que no usaste, las cuerdas y los palos… Quisieran volver a cerrar la casa y guardar al Májira Vaiu en el taller –titubeó.

–Pero, George, esos son residuos. El Májira Vaiu es esto que acaba de aterrizar intacto. ¡El Májira Vaiu vuela! ¡El Májira Vaiu renació! ¡El Májira Vaiu…!

–Entremos a la casa hermano, ya va a anochecer –intentó alentarme con expresión desconsolada.




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10 comentarios:

Chaly Vera dijo...

A veces es mejor que los recuerdos sigan en la mente y nunca se hagan realidad. Es recordar al abuelo y sus vanos intentos y cuando lo recordamos sonreimos y todos nos ponemos contentos, porque siempre estuvimos convencidos que el nunca lo lograria.

Abrazos

miralunas dijo...

sabe, querido arty? yo no conocí a mis abuelos; asi que siempre anduve buscàndolos en abuelos ajenos. y encontrè gente màgica.
a uno de ellos me hizo acordar este cuento.
se lo voy a leer a mi hijo. èl entiende de estas magitudes, por suerte para mi alma.

le dejo un abrazo con alas de telas del viento.

Daniel Os dijo...

Los recuerdos tienen una gran dosis de creatividad, Chaly, tal vez el abuelo no hubiera recordado algo tan distinto a lo que el protagonista interpretó, pero eso es otra conjetura infundada. Es mejor dejar los recuerdos en el terreno de lo íntimo y dedicarse a emprendimientos que no intenten relacionarnos con el pasado… nunca resulta desafiar el trazado de la línea del tiempo.

Un abrazo,
D.

Daniel Os dijo...

También es mágico tener un nivel tal elevado de comunicación con un hijo, mi querida Miralú. Por ley natural, casi todas las personas llevamos la mayor parte de nuestras vidas sin nuestros abuelos. O con recuerdos que se alteran con el tiempo… hasta el extremo de volar nuevas alas y creerlas soñadas por ellos.

Aunque tal vez los sueños se puedan heredar.

Un beso que no se lleva el viento,
D.

MONDO FRANKO dijo...

Impecable y conmovedor su relato. Mi abuelo escribía, y yo vivía excitado por el olor de la cinta de tela con tinta que corría a cada golpe de tecla. Nunca pudo publicar nada. Yo sentía que tenía que terminar ese sueño. Y si le digo que unos meses después de muerto se me apareció en sueños alentandome me dira que soy un salame. Yo tenía 16 y todos me guardaron el avión. Pude sacarlo 20 años despues. Porque, mi querido maestro Os, los sueños no conocen de nada que los contengan, siempre se escapan a la realidad.
Me emocionó mucho el relato. Un abrazo

Maga h dijo...

Maestro, es cierto, los sueños se pueden heredar, nunca lo había pensado así, tampoco se me había ocurrido que es más fácil para los abuelos heredarnos amorosamente esos sueños de vuelos y mariposas y hazañas y hadas y ogros y viajes y aventuras y hasta de bellas historias de amor y además con final feliz, que solo son capaz de cometer algunos, por que otros son los que se quedan mirando, algunos alentando y otros indiferentes.
Mi abuelo recortaba cuentos que salían en los diarios, historietas, tenia un cajón lleno de ellos, y él además cumplió su sueño, corría carreras en auto, cuando las rutas eran de tierra. Dejaba a su flia y se iba con su hijo mayor muuuuchos días a la aventura. Mi abuela, la que no era su esposa, sólo se vuela de a uno parece, otro debe quedar en la tierra, mi otra abuela, le decía, me enseñó a escribir y a garabatear letras que a ella le decían cosas y se emocionaba y me alentó de chica a que escriba y siempre se deleitaba y creía que yo iba a ser una escritora, ella soñaba con eso. Estaba tan orgullosa...yo soy de moco fácil y hoy usted me puso a llorar, pero sabe que? en un rato nomás estaré con mis cuatro hijos y ya mismito me estoy sonriendo.
Y además mi abuela era muy terca y su espíritu también. Mire como será que en este preciso instante está acá, sentada al lado mío, aun cuando la última vez que la ví tenia yo quince años.
Abrazo querido amigo y maestro!







Y mas alla de las historias que a cada uno nos genera recordar a partir de su escrito, usted escribió y contó éste cuento de manera maravillosa.

Daniel Os dijo...

Es cierto aquello de que los sueños se escapan a la realidad, Pablo, mucho más que que se pueden heredar. Supongo que la clave será no ser un soñador sino un emprendedor… es decir, animarse a un paso más allá de lo que la imaginación y el deseo proponen.

Cuánta felicidad me produce saber que su Májira Vaiu vuela. Muchas gracias por compartir aquí tan bonita historia.

Un fuerte abrazo,
D.

Daniel Os dijo...

Me emociona mucho, Magah, ver qué detonó este humilde relato de una familia ajena a todos nosotros. Qué bello ver que hay historias familiares que nos hacen levantar vuelo y otras que se instalan en uno como si también fueran familiares.

Un beso muy grande y muchas gracias por tu linda historia.

D.

Mercedes Pajarón dijo...

Es curioso ver cómo muchas veces la generación de los padres intenta guardar y hasta esconder los sueños de sus propios padres a la vista de sus hijos, impidiendo una comunicación directa entre abuelos y nietos...Me pregunto por qué. Al fin y al cabo, no sirve de nada: tarde o temprano el sueño del abuelo se puede reencarnar en el de un nieto. Y entonces... todo es posible.
Tan ocupada ando haciendo realidad los sueños de los abuelos que hasta ahora no había podido pasar a leerle, señor Os. Me alegro de haberlo hecho antes de acabar el año. Es una tontería, ya lo sé,porque igual puedo disfrutar de esta fantástica historia dentro de dos días, pero qué quiere, me gustan los símbolos.
Que sea usted muy feliz en este 2012. Un beso.

Marcela dijo...

Yo si creo que los sueños se pueden heredar. Es más que una cuestión de sangre. Somos la herencia de otros, y de sus historias.
Hay formas y formas de emprender vuelo con viejas máquinas encerradas en un taller. No puedo saber si "darle vida" al Májira Vaiu fue correcto o incorrecto, pero yo lo entiendo, y probablemente hubiera hecho lo mismo. (Me fascinó este relato).
Un beso.

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